La
vida me ha enseñado que no hay que vivir por nadie, porque nadie
vive por ti. Que no hay que levantarse sin un motivo, ni dormirse sin
un sueño. Que ningún día se parece a otro y que tu eres tan único,
que nadie se parece a ti. Que cuando sigues algo, no siempre lo
consigues, pero es más posible que si tiras la toalla. Que sí,
tropezarás con la misma piedra muchas veces y siempre verás que
todo por lo que luchas no llega. Pero también he aprendido que sólo
hay una persona que puede hacerme feliz, hacer que se me vayan todos
los problemas y que vengan en tan solo un segundo, sacarme sonrisas
entre lágrima y lágrima. Esa soy yo. Si hay alguien que quiera
entrar a mejorar mi vida, que entre; y si hay alguien que quiera
salir, ya sabe dónde está la puerta. He perdido a mucha gente
importante, pero también he encontrado a la mejor que hay sobre este
mundo, así que sólo tengo que decir “si quieres salir, sal, pero
no te quedes en la puerta e incordies a aquellos que quieren hacerme
feliz”
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El tiempo es oro, no lo desperdicies.
No entiendo porque todo tiene que cambiar tanto.
¿Por qué los chupetes los cambian por cigarros? ¿Por qué las guerras ya no
tienen el mismo significado? ¿Por qué ya no es todo un cuento de princesas? ¿Por
qué tu mayor negocio ya no es intercambiar cromos? ¿Por qué ya no tenemos el
concepto de volar como el columpiarse lo más rápido y alto posible? ¿Por qué la
palabra “protección” ya no es ponerse un casco para montar en bici? ¿Por qué ya
no nos podemos proteger con unos simples ruedines o llamando a nuestros padres?
¿Por qué ya no son los piojos lo peor que puedes recibir ni las raspaduras de
las rodillas lo más doloroso que te puede pasar? Simplemente, porque nos
precipitamos queriendo crecer, y no nos dimos cuenta de que eso era lo mejor
que nos podía pasar.
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